El himno nacional mexicano advierte a todo extraño enemigo que si posa un pie sobre nuestra tierra, correrá la sangre. Y no sólo unas cuantas gotitas, estamos hablando litros y litros y cubetas de sangre:
Antes, Patria, que inermes tus hijos
bajo el yugo su cuello dobleguen,
tus campiñas con sangre se rieguen,
sobre sangre se estampe su pie.
O sea: Cosa seria.
Los mexicanos desconfiamos de los extranjeros. Sentimos la traición a la vuelta de la esquina y un puñal frío a punto de clavarse en nuestras espaldas. Bajo este punto de vista, no es raro el recelo hacia nuestros vecinos del norte: Los gringos. ¡Ah, cómo les tenemos coraje! Nos quitaron el territorio, controlan nuestra economía, nos culpan de su problema de drogas y un largo etcétera.
Cuando llegué a Ensenada noté que aquí, a diferencia de Mexicali, el sentimiento anti-gringo está mucho más acentuado. No entendía al principio el motivo, pero con casi dos años acá me ha quedado muy claro. También entendí por qué en Mexicali prácticamente no los odiamos, y vemos a Estados Unidos desde una perspectiva muy positiva. A visitantes del centro del país a veces les suena chocante lo mucho que los mexicalenses admiran a Estados Unidos. Supongo que esto también se aplica para otras ciudades fronterizas, pero ahorita me concentraré en el caso específico de Mexicali.
Pues bien, varios días a las semana desembarca un crucero en Ensenada que viene de Estados Unidos. Cuando voy camino al trabajo lo veo llegar y muchas veces por la noche lo veo irse desde la playa. Los visitantes tienen unas cuantas horas del día para turistear, comprar, comer y beber. Cuando voy caminando por la banqueta de la calle primera, y ellos compran tostadas de ceviche, me tienen miedo. Se hacen a un lado y se protegen, sobre todo las familias. Me pregunto yo: ¿Qué creen que les voy a hacer? ¿Piensan que por ser mexicano soy peligroso? ¿Pa’ qué vienen? Me dan ganas de pelarles los dientes y mostrarles mis manos como garras para que se asusten de verdad.
Pero eso es inofensivo. Quizá la ofensa viene cuando en los locales turísticos los atienden mejor a ellos. Obvio, ¿no? Ellos traen dólares y uno tan sólo carga con devaluados pesos. Además, muchos turistas son gringos que buscan alcohol barato y vivir el desmadre mexicano exprés. Los jóvenes en el Papas (lo típico es ver a las gringas enseñando las nalgas desde el segundo piso del Papas) y los viejos en el Hussong’s. Estas son, supongo yo, situaciones típicas de una ciudad turística.
En Mexicali las cosas son muy diferentes. Aunque está en frontera, sorprendentemente no hay gringos. Como si se hubieran escondido todos. Pero sospecho que desde que abolieron la ley seca ya no se paran mucho por allá. Al cruzar para el otro lado, se comprueba con horror que Calexico está lleno de mexicanos y uno que otro chino. Más allá, en El Centro, California, la cosa está casi igual.
¿Qué causa esto? Para el mexicalense, Estados Unidos es un lugar más limpio, más ordenado, más bonito y con mejores tiendas. Se compran mejores cosas, a veces más baratas. Hay Jack-in-the-box, IHOP, Denny’s, Macy’s y la Wal-Mart más grande que hayas visto jamás. Si se nace allá, hay más opciones de educación, de recolectar beneficios del estado y de no tener que pagar por una visa. Además, un salario mínimo de ocho dólares la hora. A todo dar, ¿no?
Por eso los mexicalenses tenemos esa percepción tan positiva. Además, los gringos que viven en Mexicali normalmente están huyendo de la justicia. Casi no tienen dinero y la verdad es que uno difícilmente querría cambiar lugar con ellos. Una vez me tocó uno de vecino, cuando todavía vivía con mis papás. Se quedó a vivir en una casa abandonada y el pobre no tenía ni para comer. Le pedía a mi mamá prestado para comprar cualquier cosa. Un día simplemente se esfumó y no supimos más de él.
Aún con este pequeño contacto con la otra cultura, el mexicalense constantemente se queja de “los gringos”.
En Ensenada hay más estadounidenses viviendo. Me ha tocado convivir con dos de ellos por motivos de trabajo. Uno fue participante en mi taller de literatura. Muy cumplido en su asistencia y puntualidad, se quejaba de la dificultad de hacer negocios en Ensenada. A otro le proveo servicio de Internet y tiene un negocio de yates. También es muy cumplido, él con sus pagos.
En Ensenada comprar en Estados Unidos significa un viaje a San Diego, uno que no todo mundo puede hacer y no cada fin de semana. Los dólares no circulan tanto como en Mexicali. La cultura de “comprar al otro lado” es mucho menor.
Aunque claro, la mala fama de México ha causado que el turismo esté en declive. Súmenle el deslave de la carretera escénica, el aumento de impuestos y la falta de agua. Todas estas condiciones han pegado muy duro a Ensenada y los lugares turísticos no son lo que eran.
Ahora, a lo que voy con este pre-texto, es una cosa muy simple: Ambos países estamos bien desconfiados del otro y ambos con justa razón. Mi propuesta es muy ingenua, es sólo el de la convivencia. Quizá no nos soportamos, quizá no queremos tenernos cerca, pero no nos queda de otra: Somos vecinos.
No hago un análisis profundo, y sé que mi pequeño textito difícilmente será leído por angloparlantes. Pero al menos propongo a mis compatriotas que dejemos de tener la espada desenvainada como nos pide nuestro himno nacional. No nos ha servido de nada, y creo que es la reacción insegura de una nación xenofóbica.