Chappie tiene un problema de identidad: No sabe si plagiarle a Robocop, a Corto Circuito o a Inteligencia Artificial. Por un momento el enfrentamiento de la película es entre policías robotizados autónomos u otros manejados por seres humanos. De pronto, el conflicto se convierte un robot que obtiene conciencia de si mismo. Pronto, en que ese robot es engañado para cometer crímenes. Luego cambia de nuevo. Y cambia, y cambia. Sigue brincando de conflicto a conflicto hasta el final mismo. Ninguna de estas tramas nos deja satisfechos porque, al ser tantas, no se exploran con profundidad alguna.
Los efectos especiales son tan comunes que alabarlos es casi absurdo. Pero para que quede claro: Chappie tiene efectos especiales espectaculares. Los robots se disimulan con la realidad la mayor parte del tiempo. Su textura es tan detallada que parece que podemos tocarlos y sus movimientos se sienten naturales. ¿Pero de qué sirve eso si no tenemos una trama interesante entre manos? De nada.
La historia no es nueva, y podría haber sido manejada efectivamente. Es la historia de un ser inanimado que puede sentir, como Pinocho. ¡Pero todo está mal! Los personajes son tan cursis, tan estereotípicos y tan irracionales que dan ganas de agarrarlos a cachetadas. Creo que esa no era la intención del director, pero ¿cuál era? ¿Un mensaje antiviolencia? Obviamente no, la película está llena de balazos. ¿Un mensaje antihumano? Posiblemente, pero es difícil de saber. El director parece estar constantemente de parte de los robots. Aunque éstos tampoco hacen gran cosa.
Chappie funciona, obviamente, con baterías. Pero ¿saben qué? No tiene cargador. Una vez que la batería se agota, Chappie se desactiva de por vida. Esa debe ser la decisión de ingeniería más estúpida de todos los tiempos. Además, un recurso muy chafa para añadir tensión dramática. Pero en este mundo nada tiene sentido. Los personajes actúan de un modo en un momento y al siguiente dan un giro de 180 grados. Y se supone que debemos conmovernos cuando alguno de estos seres muere o derrama melodramáticas lágrimas.
Aunque el cine se haya convertido en un espectáculo prácticamente vacío, sin algún elemento de sensibilidad humana sincera se convierte en algo aburrido. Y en estos tiempos, es más fácil soportar el vacío que el aburrimiento.