La tierra santa de la comida rápida es McDonald’s. Entrar por sus arcos dorados es introducirse a la Meca de la glotonería: puras calorías puras y nada de nutritivo. Esto lo confirmará cualquiera a quien se le pregunte, a pesar de que sus sucursales estén cerrando y sus ventas vayan a la baja. Incluso aquellos que la identifican como el non-plus-ultra de la comida chatarra afirman no haber entrado por sus puertas a rendirle culto desde hace mucho tiempo.
Sus productos son asociados inmediatamente con la obesidad, la pereza, el colesterol, los transgénicos y la hipertensión. Los rumores acerca de la procedencia de su carne, y cómo las hamburguesas nunca se descomponen son de sobra conocidos. Fueron, sin duda, víctimas de su propio éxito: ¿qué tan diferentes son otras franquicias como Carl’s Jr., Burguer King, KFC o Little Caesar’s? Casi nada, pero poseen mejor reputación por que la mayor parte de los ataques se dirigen hacia la gigantesca eme amarilla.
Algo similar sucede con la iglesia católica. La asistencia a sus templos baja año con año, junto con su reputación. Mientras, otras variantes del cristianismo se salvan de las peores críticas y escrutinio por ser más pequeñas. ¿No existe también pederastia en otras religiones? Claro, pero solo escuchamos los casos católicos porque es un gigantesco blanco con una gran diana pintada en la espalda. Las reformas que se han intentado son menores, pero incluyen la nueva cara del papa Francisco para las viejas tradiciones de siempre.
Y así como los colores y las mascotas de McDonad’s son inconfundibles, nadie le gana a la mitología católica, con sus santos, rituales, demonios y exorcistas que funcionan tan bien para las películas de terror. ¿Se imaginan una película de terror mormona o de los testigos de Jehová? No funciona.
De la misma forma, no funciona poner a las mascotas de Jack in the box o Wendy’s como símbolo del corporativismo voraz o la obesidad. No son lo suficientemente grandes y emblemáticas. Ese payaso amarillo es más terrorífico que Pennywise y es buen epítome de la hipocresía y falsedad. Te incita a autodestruirte con una sonrisa en el rostro. Con el tiempo esta asociación es tan fuerte, que McDonald’s ha intentado esconder al payaso debajo de la alfombra. Ya no aparece casi en comerciales, sus famosas estatuas sentado en bancas o recibiendo a los comensales son cada vez más escasas. La remodelación de sus sucursales las ha transformado más en cafeterías para adultos que en parques de diversiones para niños, creando un corto circuito híbrido entre la cajita feliz y un Starbucks. Las ofertas de sus hamburguesas se multiplican, pero el sabor y sus calorías siguen igual.
Propongo que ambas instituciones se unan y se ayuden mutuamente a sobrevivir. Estoy seguro que hay lugar en el neoliberalismo para una hipocresía de este calibre. Las iglesias podrías cambiar los portones y crucifijos por arcos dorados, los sacerdotes podrían consagrar las hamburguesas y la Coca Cola y entregarlas por drive thru. Ronald McDonald debería resucitar triunfalmente para seguir evangelizando. Podría invitar seductoramente a los niños a pasar a la iglesia, con su sonrisa habitual. Bailaría a la entrada de todos los templos, atrayendo a pequeños niños con el dedo. Sería la síntesis perfecta entre la edad media y el neoliberalismo.
(Texto a partir de “The glass supper” de Laura Kleeble)