El jueves 22 de marzo se inauguró una exposición colectiva de pintura de nombre “Distopía”. El concurrido público se dio cita en el Centro Estatal de las Artes Ensenada (CEARTE), donde se inició con el protocolo de rigor. Algunos de los artistas estuvieron presentes, así como el curador Guillermo Sepúlveda y el representante de los CEARTs, Miguel Cetto.
La colección reúne la obra de 21 artistas, quienes presentan un promedio de tres pinturas cada uno. El montaje de la exhibición es bastante tradicional. Es decir: las pinturas se colgaron en las paredes y se agruparon por autor. Al recorrer la sala internacional de CEARTE me sentí transportado al siglo XIX.
Todas las obras son figurativas, realistas y se enfocan en alardear su técnica y mímesis. Algunas son hiperrealistas, y otras remiten a tendencias del decimonónicas como el simbolismo o el naturalismo.
El título de la exhibición, “Distopía”, no es claramente comprensible a través de la selección de obras. El texto de sala explica un poco sobre los orígenes de la palabra distopía y utopía, y agrega que quizá el “neorrealismo” sea el último bastión del arte.
En breve me remitiré a obras individuales, pero creo que una carencia general de la exhibición, y específicamente de la curaduría, es que privilegia técnica sobre contenido. Esto es especialmente evidente, para citar un ejemplo, en las pinturas de Guillermo Molineda. Las tres, “Escultura”, “Bodega I” y “Bodega II” simulan fotografías. Sólo tras una inspección cuidadosa puede uno verificar que son pinturas al óleo. El pintor invirtió muchísimo tiempo en ocultar sus pinceladas y obtener degradados perfectos para crear una ilusión fotorrealista. ¿Para qué? ¿Qué nos dicen tales imágenes? ¿Cuál es la necesidad de transformar una fotografía en pintura? ¿Qué nos dice la refinada técnica del pintor cuando no hay contenido? Difícil saberlo.
No estoy enemistado con el hiperrealismo. Hay excelentes pintores que utilizan la técnica con un gran efecto. Por ejemplo Gottfried Helnwein. La diferencia es que en sus pinturas hay mucho más que técnica: el discurso es intertextual, irónico y abierto a interpretación. Creo que una buena técnica no basta.
Similar suerte corren las pinturas “Eva”, “México” y “Madre alacrán” de Gerardo Ortiz. Su técnica es impecable, pero ¿no habría sido más práctico presentar fotografías? Obviamente estas imágenes iniciaron como fotos, ¿qué se ganó mediante su transmediación? ¿Qué caso tiene presentar pinturas que buscan desesperadamente no serlo?
Otra obra que resulta demasiado literal es “El perro negro” de Joaquín Flores Rodríguez. En la imagen se nos muestra un perro negro sobre una tumba. Posiblemente el perro lamenta la muerte de su dueño ya que tiene una expresión muy triste y hay un jarrón con flores frescas. Quisiera tener más que decir sobre la pintura, pero, como mencioné, el mensaje es literal.
Las que acabo de mencionar, afortunadamente, son excepciones. Como contraejemplo puedo mencionar las pinturas de Édgar Cano, quien posee una técnica impecable pero agrega juegos semióticos sumamente interesantes. Por ejemplo “Explicación integrada”, pintura que representa el reverso de una pintura, además, un sobre misterioso nos tienta a pensar qué hay dentro de él. Mi imaginación, en base al título, es que dentro se encuentra la interpretación de la obra. Ese tipo de juegos me fascinan, y son tan antiguos como “Las meninas” de Velázquez.
Arturo Rivera, quien presenta tres pinturas, es otro ejemplo destacable. El pintor acoge y se enorgullece de su medio con afecto. Su lienzo presenta textura, las imágenes muestran realidades inventadas por el artista, de una forma que la fotografía no puede. Es pintura con recursos propios, difícilmente imitables por otros medios y desarrollados con gran maestría.
Entre mis piezas favoritas de la exhibición están las de Krysia Ilya González, quien representa barcos y astilleros de una forma sombría y casi impresionista. Sus obras transmiten una atmósfera, y un estado de ánimo muy bien definido. Y, repito, se trata de pintura._x000D_
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Enfatizo mucho este último punto porque cada medio expresivo tiene recursos propios: el cine, la radio, la pintura, la orquesta, la fotografía, la novela gráfica, el arte conceptual… Eso es lo que los hace únicos: aquello que los demás medios no pueden emular. Imitar, quizá, pero nunca igualar.
Cuando surgió la fotografía en el siglo XIX la pintura entró en crisis. Eso fue bueno, ya que las crisis son momentos decisivos donde se puede saltar cuánticamente hacia adelante. Una vez que la fotografía arrebató el monopolio de representación bidimensional a la pintura, ésta última evolucionó: abrió paso a una maravillosa cantidad de corrientes artísticas que hasta la fecha son apreciadas por el público: impresionismo, expresionismo, surrealismo, cubismo, entre muchas otras.
La pintura plasmó aquello que la fotografía no podía. Buscó nuevos recursos, estilos, técnicas. Afortunadamente no se estancó ni desapareció. Durante algún tiempo, incluso, se olvidó por completo de representar la realidad, en corrientes como el expresionismo abstracto y el minimalismo, a mediados del siglo XX. En el posmodernismo, la figuración ha regresado, y podemos apreciarla en esta exposición.
Pero no basta con imitar a los maestros del pasado. La figuración actual busca llegar a otro nivel: busca la intertextualidad, la yuxtaposición de referentes, la ironía y el juego semiótico. La pintura figurativa actual busca abrirse aún más interpretación que en el pasado. No proporcionar mensajes predigeridos: dejarle tarea al espectador. Para interpretar muchas de estas obras, debemos echar mano de nuestro conocimiento general o referentes externos. Un caso muy claro es el de “Judith y Trump” de Ninfa Torres Lagunas, que remite a la fotografía de Tyler Shields, donde Kathy Griffin sostiene una cabeza ensangrentada de Donald Trump.
De la misma forma, las dos pinturas de Enrique Guillén Sáenz remiten a la historia de Acteón, de la mitología griega. En este mito, el cazador Acteón observó a la diosa Artemisa mientras se bañaba desnuda. La diosa, en castigo, lo transformó en ciervo y fue devorado por sus propios sabuesos.
Las pinturas de Roble Espinoza Gutiérrez recuerdan a las tristes imágenes de las que hemos sido testigos por culpa de la guerra contra el narco en México.
Muchas de estas pinturas están cargadas de referentes, sin los cuales es difícil interpretarlas. Esto siempre ha sido así en la historia del arte, sin embargo en la actualidad algunas corrientes llevan esto al extremo.
Algo que lamento de “Distopía” es la poca variedad de formatos. Casi todas las pinturas son rectangulares, a excepción de las tres de César Gustavo Méndez Torres que son circulares. ¿No hay otras formas geométricas posibles? ¿No se pudo hacer un marco con forma de rombo o elipse? ¿No se pueden incrustar objetos en el lienzo o crear texturas que resalten del mismo mediante la acumulación de pigmento? De nueva cuenta, no me parece una carencia de los artistas, sino de una curaduría muy restrictiva, y creo que la clave para desentrañar el misterio se encuentra en los discursos inaugurales, los cuales subí a YouTube y se pueden ver a continuación.
Es importante que hable de ellos, ya que culminaron en controversia y dejaron un mal sabor de boca a varios de los presentes. El primero en hablar fue Guillermo Sepúlveda, quien criticó algo en lo que concuerdo totalmente: el centralismo presente en las artes mexicanas. Es decir, “Distopía” ya se ha presentó en Durango en el verano de 2017, y su recorrido será por ciudades periféricas al centro del país.
Pero en un punto discrepo. Sepúlveda no pierde oportunidad para repetir, aunque brevemente, un argumento falaz: “Aquí hay artistas que fueron elegidos porque tuvieron una conciencia y una preparación de que hacer arte no es nada más un antojo, o una idea, o un concepto, sino también hay que sudar mucho para poder dominar los medios de la expresión.”
Es decir: el arte es técnica tradicional. Esto confirmó mi sospecha de que la exposición fue diseñada en respuesta al arte conceptual, desde un enfoque muy lesperiano. Avelina Lésper, la crítica de arte mexicana, es la presencia ausente de la exposición. Su crítica se basa en un argumento muy simple: “el arte conceptual no es arte” con el corolario: “para que exista el arte que me gusta, el conceptualismo debe desaparecer”. Estas ideas permearon la curaduría de la exposición, y creo que de ahí provienen las principales carencias que ya mencioné. En otra ocasión escribiré respecto a Avelina, ya que aquí no es el momento ni el lugar, pero baste decir que no estoy de acuerdo con ella.
¿Cómo puede sostenerse por sí misma una exposición que es anticentralismo y anticonceptualismo? ¿Está a favor de qué? ¿Cuál es su propuesta? No quedó claro en el discurso, y si nos basamos en la selección de obras, quizá sea volver al pasado.
Cuando el artista visual Héctor Herrera tomó la palabra, tocó un tema también importante: la ineficiencia y corrupción de CEARTE. Mencionó que el Centro de Residencias e Investigación Artística (CRIA) coordinado por él, y La Covacha Colectivo gestionaron la exposición. Nos exhortó a todos a cuestionar la institución y “estar al tanto” de lo que sucede, sin dejar en claro cómo. Mi pregunta es: ¿no podemos trabajar en conjunto? ¿El asunto es sólo nosotros versus ellos? La mayoría estamos de acuerdo en que CEARTE, sobre todo en los últimos años, deja mucho que desear con respecto a sus funciones.
Finalmente, Miguel Cetto respondió recordándonos su currículum y mencionando un punto muy cierto también: los públicos, en la mayoría de los casos, determinan el éxito o el fracaso de las obras: “Si esta exposición que hoy se inaugura en unos minutos se lleva a cabo y a lo largo de mes y medio, dos meses, que estará en exhibición, se va sin pena ni gloria… Se va sin que se quede un cuadro, por lo menos, en Ensenada, esta exposición fracasó.”
Creo, en lo personal, que es un punto muy válido, y nos remite a cuestiones fundamentales como el mercado del arte, y las tensiones entre la independencia y el apoyo institucional de las artes. Pero este es asunto para un libro completo.
¿Y las obras? No merecieron ni una palabra. Los artistas invitados se quedaron de pie, mudos, observando la pelea de egos mientras sus pinturas (el verdadero motivo por el que todos estábamos ahí) fueron omitidas olímpicamente. En parte por ello pensé en escribir esto: lo importante de las artes son las artes. Hablar sobre ellas, debatir, reflexionar, aprender y enriquecernos.
Como siempre digo a mis estudiantes en la Facultad de Artes: maten a su ego. El ego es un estorbo, un lastre. El ego nos robó, en los discursos inaugurales, de valiosas reflexiones en torno a la exposición y las pinturas presentadas. Silenció las voces de los artistas, antagonizó y nos quitó tiempo que pudimos invertir en algo de provecho.
El siguiente sábado se debatió sobre “Distopía” ahí en CEARTE, pero no pude asistir porque estaba fuera de la ciudad. Por lo que me cuentan, el ego nos robó de nueva cuenta posibilidades valiosísimas de reflexión. Sin embargo, me gustaría ver alguna grabación (si es que existe) del evento, pero no he logrado localizarla todavía.
A ti, lector, te agradezco la paciencia de leer esto y te invito (si no lo has hecho) a visitar la exposición y, de paso, darte una vuelta por la que está a un lado, de nombre “Apsara”, con obra de mujeres de Ensenada. No hay que dejar que la reflexión muera.
En fin, ya me desahogué. Nos leemos pronto.