En mayo del año pasado, en el estacionamiento de un supermercado El Florido, dejé de ser ateo y me convertí en agnóstico. Fue así de repentino, así de inesperado y así de rápido como leer el enunciado anterior. Bajé de mi carro para hacer el mandado y desde entonces nada fue lo mismo. Cuando digo que soy agnóstico lo primero que me preguntan es: ¿qué es eso? Si tienes la misma duda estás de suerte porque en este escrito pretendo explicarlo.
De adolescente me hice ateo. No recuerdo exactamente la edad pero sospecho que sucedió cuando tenía diecisiete. También sucedió repentinamente, aunque fue consecuencia de un proceso gradual. Fui criado católico, asistí a una primaria católica y era muy creyente. En la primaria llevé una materia que se llamaba “Educación en la fé”, impartida siempre por alguna monja de la escuela. En la materia nos explicaron muchísimas cosas sobre la religión católica, la Biblia, historia y demás. La mayor parte de las veces me parecía muy interesante y, como nerd que soy, se me pegaba gran parte del contenido.
Seguí creyendo, pero cuando estaba en la preparatoria leí algunos libros que me plantearon dudas increíblemente interesantes. Creo que el más influencial fue “Así habló Zarathustra” del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. En toda su obra, Nietzsche critica varias de las premisas del cristianismo. Afirmaba, por ejemplo, que el cristianismos había pervertido algunos de los instintos naturales del ser humano. Es decir: un ser humano normal le tendría el miedo a la muerte, porque dejar de existir es algo indeseable. Sin embargo, el cristianismo te dice que debes alegrarte de la muerte, porque te conducirá a la vida eterna. Por otra parte, cuando uno es agraviado, el instinto natural es querer venganza, pero el cristianismo dice que debes poner la otra mejilla. Y no es bueno vivir en abundancia, y bienaventurados son los pobres, etc.
Nunca me había planteado estas ideas y premisas. Leyendo más y después de pensar en el tema durante algunas semanas, llegué a la conclusión de que Dios era un invento del ser humano y que no existe. Cuando te mueres, se acabó. No hay un paraíso ni un infierno, no existe la vida eterna. Tan, tan. Fin de la historia.
Fue difícil tragar esa píldora, pero sentí que era un paso necesario. El hecho de aceptar la muerte definitiva y la revelación de que no habrá castigo eterno para las personas que actúan mal en este mundo te cambia la perspectiva. Creo que, en general, fue un cambio para bien, a pesar de todas las dificultades personales que esto me trajo. En ese entonces mi familia era muy creyente, especialmente mi mamá y la familia paterna. Esto causó conflictos y algunas discusiones, que creo que terminaron en resignación, ya que no se puede simplemente “descreer” algo que sabes. No puedo creer en el ratón de los dientes de nuevo, por ejemplo.
Y así viví otros dieciocho años de ateísmo.
Uno de los efectos adversos de ser ateo es que crees que todas las religiones son una tontería. Si Dios no existe, ¿cuál es el punto de ir a ceremonias religiosas? ¿Cuál es el punto de seguir todos los rituales? Hay algunas normas religiosas que me parecen excelentes, por ejemplo “No matarás”, en la cual todos estamos de acuerdo. Pero otras, como “amarás a Dios sobre todas las cosas”, no tienen ningún sentido.
Como ateo, ves todo templo, imagen o asunto religioso como desperdicio de recursos. Recursos materiales, humanos y económicos tirados a la basura para propagar una mentira. A veces me peleaba con creyentes por que no estaba de acuerdo con lo que creían, o los corregía en cosas en las que pensaba estaban equivocados.
Aún así, siempre tuve muchísimo interés por las religiones. Me gusta saber qué cree el resto de la gente y también aprender sobre religiones raras, pequeñas o exóticas. Cuando estudiaba comunicación me inscribí en la optativa “Sociología de la religión” y comprendí que hay formas científicas de estudiar la religión.
¿Qué pasó? ¿Qué me hizo recapacitar sobre la existencia de Dios? ¿En qué creo ahora?
Todo cambió cuando me puse a leer a profundidad, muchos libros sobre historia del cristianismo. El tema me llegó de casualidad en YouTube. Algunos autores hacen videos presentando sus libros y resumen sus principales ideas. Un video me llevó a otro, y posteriormente me puse a leer los libros, y esos libros me llevaron a otros libros. Después de varios meses de estar leyendo, me cayó como un rayo la siguiente revelación: no podemos saber si Dios existe o no.
No digo únicamente que personalmente no se si Dios existe, digo que nadie puede saberlo. La gente que cree en Dios, hace eso: creer. Para eso se requiere la fe, que es creer sin tener pruebas. Por otra parte, ¿cómo saben los ateos que Dios no existe? La mayor parte de ellos se van sobre el argumento de que “no hay pruebas” de que existe. Lo mismo pensaba yo.
Pero, si nos detenemos a pensar al respecto, ¿qué sería una prueba de la existencia de Dios? Imposible saberlo. No podemos definirlo, no sabemos de qué está hecho, hay mil teorías sobre su naturaleza. ¿Qué pruebas pueden existir de un ser que ni siquiera sabemos cómo es? Es un problema difícil.
La ciencia, por su misma naturaleza, no nos puede ofrecer respuestas en este sentido. Supongamos que, súbitamente, se me aparece Jesucristo y me dice que sí existe. ¿Cómo se yo que no es una alucinación? ¿Cómo se que no me volví loco? A pesar de esa aparición, yo me quedaría inconforme, ya que existen múltiples explicaciones posibles que serían más probables que Dios existe. Vuelvo a mi pregunta: ¿qué zanjaría la cuestión definitivamente sobre la existencia de Dios? ¿Qué necesitamos?
A veces, también, los ateos critican a la religión para demostrar que Dios no existe. Empiezan a listar los hallazgos de la historia y todas las contradicciones de la Biblia. Cosas que son, en efecto, muy problemáticas del cristianismo y la corrupción actual de las religiones. Mencionan cómo la mayor parte de los movimientos religiosos se convierten en un negociazo para sus fundadores y altos mandos. Todo esto es verdad, no puedo negarlo.
¿Pero qué tiene que ver todo eso con la existencia de Dios? No mucho. Imaginemos que todas las religiones del mundo están mal; aún así podría existir un Dios al margen de todo ello. Un Dios distinto, en el que ni siquiera habías pensado. Uno que no tiene diez mandamientos, ni mandó a su hijo a ser sacrificado, ni envió profetas ni nada. ¿Cómo podríamos descartar tal posibilidad?
Ser agnóstico significa admitir que no sabes. Hoy en día no sé si Dios existe, no tengo esa certeza y tampoco tengo pruebas. Si me preguntan qué creo, respondo que sospecho que no existe. Pero no estoy seguro, es solo una suposición.
Esto también cambia mucho la perspectiva. Eso quiere decir que todas las religiones del mundo tienen alguna posibilidad de estar en lo correcto. También podría ser que todas estén equivocadas, pero no sabemos. También implica cierta madurez el admitir la ignorancia, pero en ciertos casos es la única decisión sensata.
Ser agnóstico me abrió muchas puertas. Ahora puedo hablar de manera mucho más amigable con personas creyentes. Les pregunto qué creen y comprendo lo que me explican, abro más los oídos. No tengo la necesidad de tener la razón porque sé que no la tengo. La desventaja es que casi todo mundo cree tenerla y ese es el principal obstáculo para compartir ideas. Por increíble que parezca, me gusta hablar de la Biblia y sobre el Jesús histórico, pero a casi nadie quiere. Casi todos se aferran a sus creencias.
Antes yo pensaba que ser agnóstico era casi como ser un “ateo inseguro”, pero ahora comprendo que es una postura mucho más estricta y radical porque exiges evidencia para cualquier cosa. De lo contrario, te ves obligado a admitir que no sabes. Y no saber produce mucha incertidumbre, pero al menos es honesto y te quita de encima la carga de estar en lo correcto todo el tiempo.
Quizá en un escrito posterior haga un breve resumen de cosas que me parecen interesantes sobre Jesús y la Biblia. Actualmente hay cierta corriente de ateos que argumentan que Jesús nunca existió y es un invento de la iglesia para cumplir sus nefastos propósitos. Esta idea es ridícula: hay muchísima evidencia de que en la Judea del siglo I existió un ser humano de carne y hueso llamado Jesús, que nació en Nazareth (y no en Belén como dicen dos libros de la Biblia) y fue crucificado. Tenemos certezas de poca información fuera de eso, pero sabemos existió.
Entendí que pasé a otro bando cuando mis opiniones enojaban a creyentes y ateos por igual. Comprendí que ya no estaba en ninguna de las dos posturas. Los creyentes creen que soy ateo, los ateos piensan que soy creyente. Así que si quiere hablar de la Biblia y realmente están dispuestos a escuchar, ya saben a quién recurrir.