Hace casi un año fui a comer a un sushi. Llegué solo como un hongo. Poco después de que llegara mi comida, una pareja se sentó en la mesa de al lado. Llegaron corriendo y ansiosos. Todo su lenguaje corporal denotaba las ganas que se traían, y los pies les quemaban por irse a otra parte, pero cometieron el error de conocerse primero. Al llegar, él le acomodó la silla para que ella se sentara, y luego tomó asiento.
Normalmente me pongo a escuchar música con mis audífonos mientras como, pero en esa ocasión intentaba descansar mis oídos. Después de tantos años de taladrarlos con música, me estoy quedando un poco sordo, así que no pude evitar escuchar la conversación que sucedía en la otra mesa.
–¡Vaya! –dijo ella– Eres un caballero.
–¿Por qué lo dices? –respondió él– ¿No estás acostumbrada a que te acomoden la silla?
–No sé… es sólo que los últimos que me han tocado no lo hacen.
–¿Te tocan puros patanes o qué?
–No, no… Sólo que no hacen eso.
Comprendí que esta improvisada pareja se acababa de conocer por Tinder o algo así. La situación, para mi, fue extraña, pero fascinante. Yo acababa de terminar una relación bastante larga, y llevaba años de no estar ni cerca de una primera cita. Por otra parte, nunca he usado Tinder, por lo que la interacción fue altamente ilustrativa para mí.
Ordenaron su comida y pronto intercambiaron información básica: charlaron primero sobre el trabajo de cada uno, pero brevemente. Ambos tenía un uniforme diferente y se veía que recién terminaron una jornada laboral. No tardaron mucho en hablar de sus relaciones pasadas. Ambos estaban separados y tenían hijos. Ella comentó sobre sus hijas, y a quejarse de su ex marido. Aunque aclaró que era muy bueno con ellas.
–¡Ah, claro! –exclamó él, de manera aprobatoria– Lo mismo puedo decir yo. Mi ex esposa era desesperante, pero no puedo negar que hace muy buen trabajo con nuestras hijas, y en ese aspecto no tengo quejas.
Ambos sonrieron con la aprobación de tener una relación distante, pero respetuosa con sus ex parejas. Habló bien de su carácter y estabilidad emocional.
Él sacó su teléfono celular y le mostró a ella fotografías de sus hijas, destacando las cualidades de cada uno. Vendiéndose mejor. Las ansias y el deseo sexual salpicaban mi tranquila comida en solitario.
Luego hablaron de cuánto tiempo tenían separados. El mencionó que llevaba ya un año, después de un matrimonio de cinco años.
–Salir con otras personas era un paso que quería dar –agregó–, pero no me decidía por las niñas.
–Claro –dijo ella–, uno siempre se detiene por los hijos. Son lo más importante.
–¿Y tú cuánto duraste casada? –preguntó.
–Siete años.
–Siempre si fue bastante. ¿Y cuánto llevas separada?
Ella hizo una pausa dramática porque sabía que estaba a punto de decir algo difícil de escuchar.
–Un mes –dijo al fin.
–¿Es real? –preguntó él tragando saliva y retrocediendo un poco.
Yo no pude evitar sacudir la cabeza. “Oh, boy”, pensé. Pobre tipo.
–Si –continuó–. Es un paso que había querido dar desde hace tiempo…
Siguió explicando. Argumentó que también pensó en los hijos, pero era algo que quería hacer y que por fin se animó. El lenguaje no verbal de ambos cambió. Él se reclinó hacia atrás. Ella empezó incrementó sus ademanes con las manos y tanteaba las aguas para ver si él seguiría a bordo. Ya saben: el mejor momento para salir con alguien que se está separando después de siete años es un mes después.
Y todavía ni llegaban sus platillos. Como dije: cometieron el error de compartir una comida y conocerse. Debieron saltarse ese paso.
En cambio, yo había terminado de comer. Pagué mi cuenta y me fui, tan solo como llegué. Resistí la tentación de pasar por su mesa, darles una palmadita en la espalda y decirles: “Suerte”.
Buen fin de semana a todos.