Es temporada de incendios en Ensenada. Los vientos cálidos de Santa Ana combinados con años de sequía crean el caldo perfecto para el fuego. Este fin de semana viajé a Mexicali y al regreso me recibió una columna de humo. Mientras manejaba por la carretera, casi llegando, a mi derecha estaba el mar y detrás de los cerros a mi izquierda el incendio.
Lo extraño es que el humo parecía salir exactamente de la escuela donde trabajo.
Al día siguiente comprobé que afortunadamente seguía intacta. Sin embargo, el incendio continuaba cerca de ahí. Ya se había comido algunas casas. El fuego se aproximaba cada vez más. A los cuarenta minutos de iniciada la primera clase, protección civil nos evacuó a todos. El fuego estaba tan cerca que el riesgo de que llegara hasta nosotros era alto. Ya se sentía darle la vuelta al cerro, como diciéndonos: “¡Ya llegué! Aquí y ahora estoy aquí”. El humo ya nos llegaba y podría intoxicarnos.
Total: Un día sin clases y una nube gris sobrevolando la ciudad.
Al parecer al final del día los bomberos contuvieron el fuego y mañana habrá clases de nuevo. Unos alumnos ya nos enviaron un correo a los profesores diciendo que les parece muy peligroso y que ni los esperemos mañana, hasta que las aguas se calmen. O hasta que las llamas se calmen, mejor dicho.
Esto no sucedía en mi natal Mexicali. Podría ventear terriblemente, hacer un calor infernal o la contaminación te hacía llorar los ojos, pero los incendios forestales no se veían.
Desde hace tiempo tengo ganas de platicar un poco de las diferencias entre el aquí y el allá. Con casi dos años acá ya he visto varias cosas, he tenido tiempo de observar, aprender y comparar. Escribo estos parrafillos para agarrar vuelo. Iniciaré en la semana.
(Foto tomada de El Vigía).