No debía ser sorpresa que Donald Trump ganara las elecciones de Estados Unidos. A pesar de eso, quedé sorprendido. Fui uno de los muchos que creyó las encuestas, reportajes y opiniones que circulaban en los medios. Todos le apostaban a Hillary Clinton. Ingenuamente pensé que una persona acusada de acoso sexual, con las declaraciones que cargaba a cuestas, no podría ganar en un país tan puritano. Me equivoqué a lo grande.
Sin embargo, puede entenderse tal victoria a través del miedo. No el miedo a Trump, el miedo al cambio. Trump representa ese dinosaurio que ha revivido para ver si logra poner orden en el aparente caos. Esta victoria es similar a la de Peña Nieto en el 2012, igual de vergonzosa y retrógrada. Claro, con matices diferentes, pero a final de cuentas ambos resultados son producto de países que quisieran tener una máquina del tiempo y regresar a épocas que les parecen mejores. Tal actitud es tan inmadura como la del adolescente que reprueba de año para no salir de la secundaria.
En México triunfó la democracia en el año 2000, posiblemente las únicas elecciones donde sabemos que el voto se respetó. Perdió el PRI, que mantuvo una hegemonía y control durante 70 años aproximadamente y llegó un partido a alternar en el poder: El PAN. Ingenuamente, los mexicanos pensamos que eso sería suficiente para que las cosas cambiaran. De cierta forma, si hubo cambios, pero no las grandes reformas y transformación nacional que muchos deseaban. Siguió la corrupción y la estupidez en las altas esferas de la política.
El siguiente presidente salió del mismo partido. Ya no está tan claro que haya llegado al poder por medios legítimos, y si hubo o no fraude en las urnas, lo que es seguro es que hubo apoyo ilegítimo de empresarios y otros grupos de poder. Inauguró una absurda guerra contra “las drogas” que desató la violencia. Se incrementó el número de asesinatos y las drogas seguían fluyendo igual que antes.
Ante este escenario, creo que el país reaccionó formulando una ecuación tramposa en su mente. Pensó que cuando reinaba el PRI había narcotráfico, si, pero no tanta violencia. Los narcos estaban tranquilitos y todo sereno. ¿Por qué cambiamos de partido? Antes las cosas funcionaban.
De una manera soñadora e irreal, muchos mexicanos pensaron que volver al viejo PRI sería volver a los años sesenta, cuando la economía del país estaba en mejor estado. Cuando no había tanto narcotráfico y la urbanización del país parecía ir en mejor camino.
Obviamente, casi todos los que votaron por Peña Nieto están arrepentidos, o deberían estarlo. La economía está en un pésimo estado, la libertad de expresión se redujo considerablemente y el autoritarismo ha vuelto con todo. Sin embargo, es obvio que las viejas estructuras del PRI ya no funcionan igual que antes. Televisa está en una grave crisis, afortunadamente. El presidente no puede tapar el sol con un dedo, y no controla la información como antes. De la misma forma, la opinión pública es sumamente negativa cuando dice algo autoritario. Seguramente sus asesores le han aconsejado ya no hablar así. Es más, algo más sencillo: ya no hablar. Que se limite a leer del teleprompter.
Por otra parte, tenemos a Estados Unidos. Un país que eligió al primer presidente afroamericano de su historia. Si bien esto no significó un cambio tan radical, fue un cambio a fin de cuentas. Hay muchas situaciones que son diferentes, que resquebrajan la idea tradicional de la familia, de la demografía, de la América blanca y tradicional.
Por una parte está el asunto del matrimonio igualitario, la exigencia de derechos de grupos minoritarios, la reducción de la población blanca del país, la exportación de empleos hacia otros lugares, los tratados internacionales de libre comercio, el cambio climático, y un largo, etcétera.
El cambio siempre da miedo, pero es una de esos fenómenos inevitables, por más que intentemos detenerlo. Las cosas siempre cambian, punto. Donald Trump logró paliar un poco ese miedo con su lema: “Make America great again”. ¡Volvamos al pasado! A ese tiempo donde todo era color de rosa, todo parecía funcionar bien y las cosas eran bonitas. Las elecciones fueron entre la primera presidenta y lo mismo de siempre.
Varias conclusiones son obvias para aquel que las piense un poco: Las cosas nunca fueron grandiosas para ninguno de los dos países. En México la libertad de expresión era inexistente, el machismo era mucho más acentuado que hoy (y hoy lo es mucho). Nuestra economía funcionaba porque proveíamos materia prima para guerras y el mundo no se había globalizado tanto todavía.
En Estados Unidos los grupos minoritarios eran ignorados o marginados. El racismo era invisible porque estaba en todas partes. Su economía también funcionaba mejor porque no había globalización, las corporaciones no lo controlaban todo todavía para los intereses de unos cuantos. No había tanta desigualdad.
Es ingenuo querer volver a “un tiempo mejor” regresando el reloj. Son patadas de ahogado de un niño que se rehúsa a crecer. Ambos elegimos a nuestros presidentes por el mismo motivo y pagaremos las consecuencias. Hay que construir un futuro, no un pasado.