Ya en mi entrada anterior condené el pastelazo que recibió Avelina Lésper después del debate con unos grafiteros. Mencioné también que el nivel de tal debate estuvo para llorar y que Avelina es dogmática. Algunos lectores me preguntaron a qué me refería con eso y pidieron que explicara más mi posición al respecto. La observación es válida: no ahondé en el tema porque es tan extenso, que pretendía desarrollarlo después. Llegó el momento.
Ella es, en este momento, la crítica de arte más conocida del país. De vez en cuando, en las redes sociales, se viralizan sus videos donde critica al arte contemporáneo y lo descalifica como “basura” y “estafa”, tachando a los artistas de “perezosos” y argumentando que todo ese arte es un gran fraude orquestado para verle la cara a los espectadores. Se declara harta de esta situación y aboga por el “arte verdadero”.
Su video más famoso ocasionalmente regresa a circulación por las redes. Es donde entrevista a la malamente conocida como “la artista de las cubetas”. Se trata de una entrevista de Avelina a la artista mexicana Julieta Aguinaco, quien presentó una instalación de nombre “México-Tenochtitlán” en la feria Zona Maco. Consistía de varias cubetas de colores, ordenadas a manera de las delegaciones de la Ciudad de México y con diferentes niveles de agua. La idea de la misma era representar la escasez del agua y, mediante los niveles de cada cubeta reflejar la situación de cada delegación.
Durante la entrevista, Avelina cuestionó duramente a la artista, preguntándole si actualmente el arte “son palabras y no hechos”, y argumentó que el problema de la obra es que “necesitaba una explicación, de lo contrario nadie entendería nada”. La artista intentó argumentar, de una muy manera no muy convincente y la conclusión de Avelina fue que esa obra no era arte. El video está aquí:
Este es más o menos el tenor de lo que ella ha argumentado en su carrera como crítica de arte. Agrega, además, que el “arte verdadero” es aquel que requiere esfuerzo, técnica y habilidad del artista, y aquel que específicamente se refiere a las habilidades de dibujo, pintura y escultura.
Sus seguidores la adoran: se entusiasman, se les incendia una pasión desbordante en el pecho y repiten una y otra vez que tiene toda la razón. Que “ya basta” de estafas, “ya basta” de pseudo-arte y “ya basta” de pseudo-artistas. La felicitan por su valentía y arrojo, por decir lo que “nadie se atreve” y un largo etcétera. Lo sé porque he discutido con ellos muchas, muchas veces a través de las redes sociales. He entrevistado a artistas con trayectoria que me recomiendan sus videos, y también discutido con personas que en su vida han pisado un museo, pero también son fans.
Sus detractores la odian. Les gusta pretender que no existe, afirman que “está desorientada”, que “no sabe nada sobre arte”. “No sé cómo es que la publican” y un largo etcétera. Aparentemente es una figura divisiva que amas u odias.
Quisiera aclarar que, aunque estoy en contra de casi todas sus ideas y la forma en que las argumenta, no comparto la opinión de que tan solo “quiere llamar la atención”, y que pretende “hacer un performance”. En realidad siento que sus acciones provienen de un lugar sincero, que honestamente cree lo que está diciendo y que su intención es lograr un bien para la sociedad. Incluso compañeros conspiranoicos afirman que seguramente recibe “mordida” por sus opiniones, para conveniencia de cierto sector de las artes. De verdad: lo dudo.
Por otra parte, respeto lo que hace. No es fácil criticar aquello que uno cree incorrecto, especialmente si es el paradigma dominante. Pienso que está equivocada y a veces me pregunto si en algún punto de su carrera caerá en cuenta de ello, pero sé que su trabajo es cuesta arriba y empatizo con ello porque he estado ahí. En el debate con los grafiteros se demuestra: fue la única con una opinión contraria al graffiti en la mesa, y no llevaba porras ni guaruras. Recibió cuestionamientos directos muy duros por parte del público y a todos, mal o bien, intentó responder. Como premio recibió un pastelazo, que me pareció un acto muy cobarde.
¿Es grosera? Si. ¿Discrimina? Si. ¿Es ignorante? Si. ¿Es reduccionista? Si. Pueden ustedes encontrar todos los descalificativos posibles: pero es sincera. Dice lo que cree. Si yo pensara que es una embaucadora cualquiera, ni siquiera me tomaría el tiempo de escribir sobre ella. Lo menciono para aclarar que no redacto esto para insultarla, denigrarla, ni por coraje. Avelina Lésper es una crítica de arte: se inserta en las convenciones de la misma y si escarbamos, hay algún trasfondo en lo que dice. Débil, pero lo hay. Si no respetamos a quien está dentro del campo de las artes, los demás tampoco lo harán con nosotros. Es una lección muy importante que debemos aprender. Aunque ella sea irrespetuosa, no debemos seguir ese ejemplo.
Mi intención es hacer una crítica argumentada de su libro. No es lo mismo criticar un texto que una obra de arte, pero creo que a través de este ejemplo mostraré cómo otra crítica es posible. No todo se reduce a decir si algo es “bueno” o “malo”, o si es “arte” o “no es arte”. Eso es ser un crítico perezoso. Creo que precisamente porque la gente no tiene acceso, o desconoce que existe crítica más avanzada, han sido seducidos por Avelina.
Pues bien, durante algunos años esperé con ansia que publicara algún libro. La crítica de arte es una disciplina eminentemente textual: se presenta a través de artículos, ensayos y libros en diferentes medios. Pero todo crítico de arte que se respete, tiene cuando menos un libro donde ofrezca sus ideas más importantes, como base para argumentación y debate. Las palabras se las lleva el viento, pero un libro se presta a reflexión más profunda. Ella ha publicado durante muchos años en su blog, sin embargo la mayor parte de los artículos son sumamente breves y no expande sobre las ideas que sustentan sus afirmaciones.
En 2015 finalmente lo hizo. Publicó “El fraude del arte contemporáneo” en la editorial colombiana El Malpensante. (Descárgalo dando clic aquí). Es un libro sorprendentemente breve: en tan solo ochenta páginas intenta derrumbar todo el paradigma del arte contemporáneo de una vez por todas. Es muy inusual esta extensión porque, normalmente, los libros de crítica de arte se plantean metas mucho más modestas y dedican muchas más páginas a demostrar sus puntos, ya que están muy preocupados por convencer a los lectores. Para ello se requiere muchísima evidencia y argumentación. Ochenta páginas, al menos a mi, no me sirven ni para el arranque.
El libro se divide en cuatro ensayos: “Arte contemporáneo: el dogma incuestionable”, “Contra el performance”, “Robar, plagiar, mutilar: cuatro formas de copia en el arte” y “Arte y feminismo: entre la cuota y el chantaje”. El eje central es, como el nombre lo indica, que el arte contemporáneo es un gran engaño para obtener beneficios. Mencionaré más el primer ensayo por cuestiones de extensión, pero los demás están por el estilo.
Al parecer Avelina nos reservó lo peor para el principio, ya que el primero me parece el menos logrado. Debo confesar que la primera vez que intenté leer el libro no pude pasar más allá de las primeras páginas. Lo lancé lejos con frustración ya que encontré tantas indefiniciones, generalizaciones y falacias que mi cerebro estuvo a punto de explotar. Tuve que armarme de valor, y contener el aliento para repasar oración por oración y hacer notas muy detalladas. Hasta la fecha me doy palmaditas en la espalda por terminar de leerlo: es uno de los libros peor escritos que he leído en la vida. No por sus ideas, que ya son bastante malas y caducas para empezar: por la simple redacción.
Pondré como ejemplo uno de los primeros enunciados del libro: “Algunos de los dogmas que han establecido los teóricos del arte contemporáneo son bastante familiares para todos nosotros” (pág. 13). En un solo enunciado Avelina se las arregló para introducir no una, sino tres indefiniciones: “Algunos”, “los teóricos”, “todos nosotros”.
Habla de “algunos dogmas”, que mencionar a continuación pero nunca especifica de qué libro o de qué fuente salieron. ¿Sería mucha molestia precisar? Si no lo hace, no hay evidencia de que lo sean. Menciona también a “los teóricos”, ¿cuáles? ¿Todos piensan igual, o son parte del mismo club? ¿Por qué no los nombra? Por último afirma que “todos nosotros” sabemos esto. ¿A quienes se refiere? ¿Quién es su público meta? ¿Qué tal si no estoy de acuerdo y ya me metió a ese costal?
Esta es tan solo una probadita del estilo de Avelina: nunca precisar, mucho menos aclarar y jamás profundizar. Todo esas preguntas sin respuesta provocó un simple enunciado: imagínense todo el libro. Leerlo es un camino cuesta arriba, una experiencia altamente frustrante.
En este ensayo se propone comparar al arte contemporáneo con los dogmas de la iglesia católica en una especie de alegoría. Es decir, la iglesia católica se basa en verdades sagradas e incuestionables que si retáramos cuidadosamente desmantelarían el gran engaño que es la religión. Por ejemplo: la resurrección de Jesucristo, la santísima trinidad, la inmaculada concepción, la transubstanciación de la eucaristía. Según Avelina, el arte contemporáneo se basa en dogmas similares que son incuestionables, y si alguien lo hiciera, ese gran engaño se derrumbaría, pero por alguna razón nadie lo ha hecho.
Ella menciona específicamente siete dogmas, y los llama de la siguiente manera: el dogma de la transubstanciación; el dogma de la bondad del significado; el dogma del contexto; el dogma del curador; el dogma de la omnipotencia del curador; el dogma de “todos son artistas”; el dogma de la educación artística.
¿Saben qué es lo más irónico de todo este ensayo? Que Avelina hace muchísimas afirmaciones dogmáticas dentro del mismo mientras critica el dogmatismo. Por ejemplo: “Necesitamos arte, no creencias. Pero así como en nombre de la fe se han cometido crímenes atroces, vemos cómo en nombre de la creencia de que todo es arte se está demoliendo al arte mismo” (pág. 16). Disculpe, Avelina, ¿podría justificar su afirmación? ¿Quién piensa que todo es arte? ¿Cómo se está “demoliendo”? Ojo: no digo que sea mentira, sólo pido evidencia. Como ella misma escribe algunos renglones antes: afirmar algo no lo hace verdad mágicamente. ¿Entonces por qué ella misma no presenta evidencia de sus afirmaciones?
He aquí el segundo sello de Avelina: la crítica proyectiva. Es decir, Avelina crítica errores que ella misma comete. No citar tus fuentes y no profundizar en tus afirmaciones es falta de rigor al escribir, algo de lo cual, casualmente, acusa a los artistas contemporáneos. ¡Miren qué casualidad! Por otra parte, es también perezoso, otra de las acusaciones que lanza contra el arte contemporáneo.
Pero las proyecciones no terminan ahí: “Las obras existen por el discurso teórico y curatorial, negando el razonamiento lógico” (pág. 18). Pues bien, más adelante afirma que porque el Museo Reina Sofía exhibe arte contemporáneo, y además en su colección permanente tiene algunos grabados de Goya, entonces para el museo “son lo mismo”:
En el Museo Reina Sofía de Madrid la colección permanente incluye grabados de Goya. Esto crea contexto y le dice al público que una instalación de basura es arte como lo son los grabados de Goya, que un video de un performance de Esther Ferrer es arte como lo son los grabados de Goya. A eso lo llaman “crear diálogos”. (pág. 25)
¿Hay razonamiento lógico en esta afirmación? Créanme, estuve un buen rato buscándolo, y no apareció por ninguna parte. Ese párrafo más bien suena a argumentos tipo Jaime Maussan, el “investigador” del fenómeno OVNI en México, quien es famoso por soltar afirmaciones y luego defenderse con la frase: “demuéstrenme que no es cierto”. Así no es la cosa.
Cuando Denis Diderot inició la crítica de arte en el siglo XVIII no existía la fotografía. Sus críticas a los salones franceses debían hacerse únicamente por escrito. Muchos de los lectores nunca vieron las obras a las que se refería y debían imaginarlas únicamente con palabras. Por tanto, debía pintarlas verbalmente con mucha precisión. Ser descriptivo sobre las obras analizadas es algo de lo más básico que se le pide a un crítico de arte, y en ello Avelina fracasa estrepitosamente. Para muestra basta un botón:
Lo que el artista haga, empezando por la acción de orinarse en público (performance de Itziar Okariz, entre muchos otros que también lo hacen), tiene una buena intención, es una ironía, es una denuncia, es un análisis social o íntimo, y el curador le suma a esa intención un significado que refuerce los argumentos de la obra como arte (pág. 19).
Señora Avelina, ¿podría decirnos cuando menos el nombre del performance de Itziar Okariz? ¿Quiénes son todos esos “muchos otros que también lo hacen”? ¿Es mucho pedir que haga su tarea? No entiendo: esta es una de muchísimas ocasiones donde nos quiere demostrar que algo sucede sin ofrecer ningún tipo de evidencia. ¿No es esta la definición misma de dogma? No describe procesos, ni características del fenómeno. Sin contar que no describió la obra, ni siquiera ofreció los datos más básicos sobre la misma. Así es el resto de este tortuoso libro, por ejemplo:
Esto no iría a más si no fuera porque en muchos casos, dentro de su superficialidad, realizan prácticas irresponsables que hacen más daño del que denuncian: intervenciones con mujeres que sufren violencia, carentes de metodología psicológica y sociológica (obra de Lorena Wolffer), instalaciones ecológicas que desperdician materiales y maltratan animales (obra de Ann Hamilton), obras que contaminan el ambiente (el trabajo de Marcela Armas), falsas denuncias que encubren crímenes de Estado y que desvirtúan la verdad histórica para quedar bien con un grupo (obra de Teresa Margolles). Todo, por supuesto, lleno de argumentos morales (pág. 22).
Esto está tan mal escrito que no sé ni por dónde empezar: ¿Qué obra de Lorena Wolffer? ¿Podría cuando menos decirnos el nombre? ¿Fecha? ¿Una mínima descripción que justifique la afirmación de que “hace más daño de lo que denuncia”? ¿Con qué grupo quiere quedar bien Teresa Margolles? Nos quedaremos con la duda porque la autora “olvidó” mencionarlo. ¡Ese es su trabajo, Avelina! Ese es el trabajo del crítico de arte: ofrecer evidencia, defender afirmaciones, convencer al lector. ¿Tiene miedo? ¿Le da flojera? Si Avelina Lésper fuese el agente del ministerio público, el arte contemporáneo se iría a su casa ese mismo día por falta de pruebas.
Puedo continuar: “Crear este tipo de contextos solo sirve para conferirle a una instalación de bolsas de plástico de B. Wurtz la calidad de obra maestra” (p. 25). De nueva cuenta no existen ni los datos más mínimos para identificar con precisión a qué obra se refiere la autora. ¿Se dan cuenta de que mis citas son muy continuas? Es decir: páginas 19, 22 y 25. Eso es porque el libro está salpicado de este tipo de referencias perezosas. Literal: todo el libro. En sus videos de YouTube, Avelina también se refiere a las obras de esa forma: “las basuritas de fulanito de tal”, “las cáscaras de plátano de no sé quién”. ¿De qué nos sirven esos descalificativos? Nos sirven argumentos profundos, específicos, pelos y señales. Cuando uno no es específico deja el texto abierto a errores de interpretación, cosa que al parecer odia en el arte pero que acoge como estilo de escritura.
¿No les parece irónico que alguien con tan poco oficio al escribir, tan poca precisión, tan poca lógica y “técnica” exija eso mismo a quienes critica? Eso se llama proyección: lanzas tu crítica a los demás sobre las características que no puedes admitir de tí mismo.
Presento otras frases proyectivas, sobre los artistas: “No solo son superficiales e infantiles, también demuestran una sumisión cómplice al Estado y al sistema que falsamente critican” (p. 21). “Por increíble que sea, el artista se pliega al maniqueísmo más elemental” (p. 22). “Debemos apegarnos a sus ideas, en este caso morales, y como se suponen bondadosas para la sociedad, hay que aplaudirlas sin analizarlas, sin estudiarlas, sin denunciar que son peores que el mal que exponen con medios infantiles o escandalosos” (p. 22). “Ver, analizar y cuestionar nos pone del lado de los enemigos de la sociedad” (p. 22). Y un larguísimo etcétera.
Avelina Lésper ha envalentonado a un segmento muy grande de la población que no conoce mucho sobre arte ni teoría, pero que sienten en ella una reivindicación a su falta de conocimiento. Sospecho que estas figuras han surgido a nivel nacional, pero mencionaré tan solo dos ejemplos de Baja California. El primero es alguien que escribe con el pseudónimo Larry Carvajal, y tiene una columna regular llamada “El bigote de Dalí”, que se publica en una página de Facebook y también el periódico El Mexicano.
Como respuesta a la última bienal estatal, publicó el texto “La mierda de la XXI Bienal de Artes Plásticas de BC” [sic]. No leyeron mal: las faltas de ortografía inician desde el título. Ejemplificaré con algún párrafo:
Es imposible entender qué diablos quiso decir el autor de cada una de las piezas presentadas. En lo personal me gusta mucho el arte contemporáneo, pero en este caso no tuve siquiera los elementos mínimos para poder entender las piezas y todo lo que pude ver fue meramente basura (en algunos casos, literalmente basura).
¿Nos podría explicar por qué no hubo? ¿Alguna justificación? ¡Bah! Por supuesto que no: Avelina nos enseñó que no se necesita. Basta con observar la obra medio segundo para descalificarla de inmediato. Es suficiente pasar por la galería con cara de amargado y con el dedito alzado diciendo: “Esto no es arte, y esto tampoco es arte”.
Yo asistí a la misma exposición que él, y puedo asegurarles que encontré mucho qué analizar y obras que valen la pena. Curiosamente no necesité saber “qué quiso decir el autor”, para eso tengo raciocinio propio. Planeo también escribir mi crítica cuando traigan la exposición a Ensenada.
El segundo caso que presentaré es un video que fue subido a Facebook por Juan Ismael Higuera, con motivo de una exposición colectiva que se inauguró en el Centro Estatal de las Artes Ensenada. El autor entró a la sala “Ernesto Muñoz Acosta” y comentó sobre las obras expuestas en tono burlesco, enfatizando la falta de “técnica” y belleza de cada una de las obras. La reacción al video no faltó ya que, a la fecha que escribo esto, el video acumula 189 mil reproducciones, 1500 recompartidas, mil reacciones y 189 comentarios. Anexo el video a continuación:
El texto que acompaña al video es el siguiente:
Wow “arte contemporáneo”
Ahora una caca dentro del un aparador es arte…
Por que simboliza lo que desechamos y dejamos ir blablabla, si quieres dar un mensaje mejor escribe un libro y no estás mamadas
Con todo respeto artistas
Así es: ni cinco renglones pudo escribir con buena ortografía y exige a los artistas escribir un libro. (Cabe destacar que en la exposición no hay ninguna “caca” dentro de un aparador). El autor del video recorre las obras y les dedica tres segundos a cada una, obviamente sin pensar, buscando arte figurativo y bonito, lo que es “arte verdadero” para él (nadie le ha avisado del posestructuralismo). La pieza que más llamó su atención fue una imagen sobre la cual afirma “espero que no sea una impresión”. Bueno, quizá si hubieras leído la ficha técnica que videograbaste con tu teléfono celular te darías cuenta que es una serigrafía: ¡Oh, decepción!
Cuando escribo una crítica, no observo una sola vez las obras. Las veo varias veces, si puedo les tomo fotografía para posterior consulta. Verifico bien la ficha técnica, investigo el trasfondo, me pregunto el contexto y motivación de la exposición. Intento decir algo nuevo, intento motivar al lector, que la gente aprenda algo nuevo con mi texto. Me parece irónico que el estilo Avelina de la crítica de arte consiste en decirle al otro que su trabajo es “mierda”, pero ni siquiera eso pueden hacerlo bien. Por otra parte, es notable la escatología de estos escritos y videos: como mencioné hacen harta referencia a la mierda. ¿Pues qué tienen en la cabeza? No pueden ser imaginativos ni con sus metáforas. Con todo respeto, críticos.
Es decir: no poseen maestría al escribir, desprecian la ciencia, no generan ideas nuevas y tampoco motivan reflexiones en el lector. Más bien se basan en reforzar ideas preexistentes y polarizar al espectador, no en cambiar su perspectiva o demostrar algo nuevo. Ni siquiera pueden describir correctamente la obra de arte que tienen enfrente. En pocas palabras: no comunican nada. De ahí mi sospecha de que se trata de crítica eminentemente proyectiva.
Hay gente que ve los videos de Avelina y no están de acuerdo con todo, pero creen que de alguna manera ella “ayuda” a las artes o que, a pesar de todo “tiene razón”. Nada más falso. Además de que sus capacidades argumentativas no le dan ni para demostrar que la tierra es esférica, es una figura que ha dividido negativamente al mundo del arte. Es normal que en las artes existan divisiones o desacuerdos, pero también es importante manejarse con respeto y no invalidar el trabajo de otros. Como afirmé al principio: sienta un mal precedente. ¿Quién nos respetará si no nos respetamos nosotros mismos?
Por otra parte, Avelina incurre en otro error que atribuye a los artistas contemporáneos: acapara tiempo en televisión y medios que podría ser dedicado a alguien con más conocimiento y habilidad. ¿Habrá ella leído a algún otro crítico de arte? Sé que en su libro menciona a Arthur Danto, pero no a muchos más. ¿Habrá leído a Rosalind Krauss? ¿Hal Foster? ¿James Elkins? Estoy seguro que ha leído a Clement Greenberg y Michael Fried, de quienes roba muchas ideas y las pasa como propias. Pero en el panorama nacional, ¿conoce la historia de la crítica? Todo parece indicar que no.
Y ella es nuestra crítica más famosa. No ha evolucionado su pensamiento ni un milímetro desde que empezó a escribir. Su afirmaciones de hace diez años son idénticas a las de hoy: el dogma nunca cambia. El verdadero crítico reconsidera, reflexiona, busca nuevas aristas a su temática. Nosotros ya sabemos lo que dirá Avelina desde antes que lo diga: “Esto es arte y esto no es arte”.
Por otra parte, nos pudimos ahorrar su libro completo si simplemente definiera lo que es el “arte verdadero” según ella, y todos contentos. Pero no, no tuvimos tanta suerte. En un video le preguntaron al respecto y respondió cinco afirmaciones nada específicas e incoherentes, pero quizá si tengo tiempo y ánimo criticaré en otra ocasión.
El triunfo de Avelina Lésper es el fracaso de la educación artística en México. Si tantos la siguen es porque no tienen la capacidad crítica de desbaratar su discurso, porque no han leído algo mejor con respecto al arte, porque sienten que si algo no lo comprenden de inmediato no tiene derecho a existir. Así el nivel de raciocinio en este mundo donde vuelven los fascismos con fuerza. ¿Qué tan distinto es el razonamiento de Avelina con respecto a la exposición “Arte degenerado” que hicieron los nazis en 1937 para ridiculizar al arte moderno?
No soy ingenuo: sé que mi escrito no cambiará la forma de pensar de casi nadie. Ya se han escrito textos criticando a Avelina y poco han cambiado la situación, así como los miles artículos en contra de Donald Trump, o en contra de que la tierra es plana. Pero, como siempre, ya me desahogué.
el arte contemporáneo es mierda
El arte contemporáneo es el triunfo del neoliberalismo y la muerte de la universidad. Supongo que me he expresado con meridiana claridad.
Te has expresado con mucha claridad, pero no presentaste ningún argumento.
A pesar de que no soy artista pude darme cuenta que su libro no es objetivo y esta lleno de ambiguedades, gracias por su critica pude reforzar lo que ya sospechaba
saludos
¡Gracias!
Excelente artículo. Espero puedas escribir sobre este tema un texto mucho más extenso.
Lo intentaré, de hecho también quería hacer un video de YouTube pero lo he pospuesto. Irónicamente participaré en un congreso este miércoles en una mesa que está justo después de la participación de Avelina Lésper.
Me pareció sumamente interesante y de verdad nunca me había hecho estas preguntas. En muchas ocasiones he coincidido con Avelina pero efectivamente no profundiza en nada. Como refieres en el artículo todo se limita a decir que es y que no es arte sin ningún argumento solido.
Gracias por ampliar mi percepción sobre el tema.
Muchas gracias. De hecho estoy próximo a comentar todo esto en un video de YouTube donde espero ser más ilustrativo. ¡saludos!