La vida es difícil cuando guardas un hoyo negro dentro de ti. Es un pequeño y sucio secreto que intentas mantener oculto. Los sentimientos orbitan en torno a tu centro de gravedad, dan dos o tres vueltas para desaparecer por siempre succionados, pulverizados por el horizonte de sucesos. Y queda espacio para que las garras de tu vacío se estiren para atrapar lo que puedan, devoren todo aquello que parezca emotivo. Siempre queda espacio, llenarlo sólo lo agranda.
Otra persona sin este vacío se acerca de cuando en cuando. Te observa de lejos y, como planta carnívora, tu vórtice vestirá sus mejores galas. Lucirá apetitoso, acogedor. Al inicio es divertido alimentarlo.
Por eso te lo advierto desde ahora: estás a prudente distancia. Retírate de ser posible. Yo estiro mis manos, presento mi piel agradable al tacto. Te ofrezco mis sensuales labios abiertos, mis ojos chispeantes. Deséame un poco más, acércate centímetro a centímetro. Casi puedo rozarte. Esta agonía me exige tenerte.
Te lo advierto de nuevo: dentro de mí existe un abismo. Observas un túnel infinito, una cascada sin fondo. Si cruzas esta línea, entrarás al punto sin retorno. Desde dentro hacia afuera verás cada vez menos. Luego, nada.
Por favor, da un paso adelante. Tengo el pecho descubierto, ¿qué esperas?