Quizá esta afirmación no me haga muy popular o muy cool, pero soy una rata de biblioteca. Me encanta encerrarme entre libreros, explor volúmenes, hojear tomos amarillentos y garabatear copiosas notas al respecto. De hecho, me gustaría tener más tiempo para esto. Pero la búsqueda bibliográfica es uno de los pasos indispensables para investigar, así que estoy de suerte. Por desgracia, es cada vez menos frecuente que la gente acuda a las bibliotecas, o que las considere importantes. La mayoría se encuentra en un visible descuido.
Este texto es parte de una serie sobre lo que me gusta de investigar. Mi plan es escribir uno de estos textos cada semana. El objetivo es compartir mis vivencias y transmitirles un poco el por qué me gusta tanto. En mi escrito pasado les comenté las cosas que me gustan del trabajo de campo, y si dan clic al enlace pueden consultarlo.
Desde niño mi mamá me acostumbró a ir a bibliotecas. Para ser justos, en aquella época no existía el Internet, por lo que era mucho más complicado conseguir información para las tareas y la biblioteca era indispensable. A lo más que aspirábamos muchos niños era tener alguna enciclopedia en casa, y aún así la información que proporcionaban era muy limitada, y por la mayor parte desactualizada. Por ello me acostumbré a utilizar los ficheros para localizar información, preguntar mis dudas a los bibliotecarios e incluso navegar sin rumbo, para ver qué libros me encontraba.
Este es un arte prácticamente perdido. Es rarísimo que los jóvenes de hoy asistan a una biblioteca para otra cosa que utilizar el Wi-Fi gratuito. No me quejo de Internet, todo lo contrario, es una herramienta poderosísima que ayuda a investigar de manera mucho más eficiente y ahorra una cantidad brutal de tiempo. Pero sus efectos secundarios son que la gente cree que las bibliotecas ya no importan. Esto se traduce en menos asistencia a las mismas y por tanto una reducción de sus presupuestos.
Cuando se inicia un nuevo proyecto de investigación, es necesario buscar todo lo escrito anteriormente sobre el tema. Gran parte de esto se encuentra en Internet, bases de datos, catálogos en línea e incluso páginas más comerciales como Amazon o el sitio web de la librería Gandhi. Pero aún así, hay muchas referencias antiguas, libros no digitalizados, fuera de circulación, etc. Es imposible localizarlos en otra parte que no sean bibliotecas.
Por eso, cada que viajo a alguna ciudad, por el motivo que sea, intento también dar una pequeña visita a las bibliotecas más relevantes para explorarlas aunque sea superficialmente. A veces me llevo sorpresas. Aunque siempre siento que me hace falta tiempo para darme un clavado verdaderamente profundo.
Así como me emociona mucho el trabajo de campo, también es tremendamente estimulante desenterrar algún libro olvidado. Libros que están ahí, esperando que alguien se digne a revivir, que alguien los discuta y los reavive. Es triste, ¿saben? Al menos así lo pienso. Quizá los personalizo demasiado, pero detrás de cada libro hay un autor que se esforzó en decir algo. La mayoría no reciben nada de retroalimentación, y mueren en el olvido, y terminan descartados.
Así me sucedió con uno de los libros sobre los cuales escribo en mi tesis doctoral. Es un libro prácticamente olvidado, pero sumamente importante porque hasta es el momento es el libro más viejo que habla sobre arte en Baja California. Al menos de los que he encontrado, quizá en un futuro aparezca otro escondido en un estante distinto. Aún así, no he visto que nadie más lo mencione en el resto de la bibliografía. Espero cambiar esto pronto.
Lamentablemente el autor falleció hace casi diez años, por lo que no pude entrevistarlo para saber su opinión o la historia de cómo y por qué lo escribió. Pero entrevisté a personas que lo conocieron, e incluso a uno de los participantes del proyecto, que falleció también el año pasado. De forma que, además de mis objetivos de investigación, también veo la oportunidad de darle su lugar en la historia al libro. No quiero arruinar la sorpresa, y tendrán que esperar hasta la publicación de mi tesis para saber su título.
Pero cuando busco bibliografía no me limito a bibliotecas: también visito ferias del libro y librerías, especialmente si son de usado. Ahí se encuentran las mejores joyas y a los mejores precios. Uno asiste ya con ojo clínico, con una mirada similar a la de Terminator, escaneando cada volumen, con temas de interés en la cabeza, verificando si hay alguno que active el radar.
Por más que se digitalicen libros, que exista material en línea, no todo está en la nube. Las bibliotecas son cajas bóvedas de conocimiento, como si fuera un banco, donde invertimos en todo lo que sabemos. Cada vez que una biblioteca cierra, perdemos muchísimo. ¿Por qué se les da tan poca importancia?