La primera sorpresa del nuevo libro de Lauro Acevedo es la pasta dura. En un mundo donde casi todos los poemarios en castellano son de pasta blanda, este cambio es bienvenido. La pasta blanda se prefiere por razones que supongo económicas. Se garantiza la durabilidad y presentación de este libro editado por el Instituto Nacional Descentralizado de Traducción e Investigación Literarias (INDETIL).
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La segunda sorpresa es la excelente portada, una pintura de Silvia Chávez, pintora ensenadense. Una figura humana que se curva sobre si misma, se agacha para sujetar algo que parece una rama. Los poemarios difícilmente tienen una portada que represente fielmente su contenido. El caso es notable porque creo que, después de leerlo, caigo en cuenta de que esto se logra en “Eterna brevedad”.
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El poemario inicia con una cita de Cortázar: “Un laberinto más mental que mítico…”. La cita continúa, pero yo me quedo con ese inicio. Eso es la poética: Un laberinto mental, verbal. Un viaje misterioso cuyo final no divisamos, cuyos misterios nunca se develan por completo. Al menos, desde mi punto de vista, eso debería ser. Este poemario lo es.
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El prólogo de Estela López es una carta de amistad al autor. Llama “poemas necesarios” a los versos contenidos en el libro. Aunque las reflexiones contenidas en este prólogo son valiosas, se hubiera beneficiado de una visión menos intimista.
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Estructuralmente, “Eterna brevedad” está dividido en dos grandes secciones, o “encuentros”. El primero, creo yo, lidia con la añoranza y metamorfosis de los recuerdos sobre una figura perdida. Este encuentro se divide también en tres partes: “Detalles”, “Instantes” y “Claroscuros”.
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Los poetas ensenadenses tienden hacia la naturaleza. Probablemente por los bellos paisajes y el amable clima que se presta a contemplaciones de este tipo. En “Eterna brevedad” el énfasis está en la flora. Abundan las metáforas vegetales: Ramajes, raíces, retoños… A lo largo del primer encuentro estas metáforas crecen, disminuyen, se reconfiguran. Se hacen fatídicas o esperanzadoras.
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En “Instantes” casi desaparecen para dar cabida a una ciudad que sirve como escenario para los recuerdos fugaces de un ser solitario. En esta parte, Lauro escribe: “Los instantes son así / inmarcesibles / perennes / inéditos / como el verdugo / que emerge de las sucias paredes / para tomas tus huesos / arrojarlos sobre todos tus sueños / instantes de hierro enmohecido / al cerrar las rejas del pasado”. Aún en los momentos más bajos, la vida crece. En esta ocasión como moho en la cárcel mental de los recuerdos.
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La segunda parte del poemario se llama “Humedales”, continuando con la metáfora sobre la naturaleza, y se divide en dos partes. La primera es poesía erótica. Como el resto del libro: lidia con recuerdos, ausencias y añoranzas. La segunda parte es poesía amorosa y me parece que aborda el mismo tema desde una perspectiva diferente. Erotismo y amor como dos lados de la moneda.
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Este poemario es redondo. En conjunto nos habla con una voz clara y evocativa, pero también, abriéndolo en cualquier página, obtenemos mucho de su brevedad. Desde mi punto de vista, es un gran aporte a la literatura de Ensenada y a la de Baja California en general. Si tienen posibilidad de adquirirlo, háganlo y complementen su biblioteca con un poemario de pasta dura.
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[Presenté este poemario el 23 de octubre de este año y esta reseña se publicó el 2 de noviembre en el suplemento Palabra del periódico El Vigía de Ensenada, Baja California.]