Veo con horror que con el paso de los años hay cada vez más fobia a los llamados spoilers. ¿Qué son? Fragmentos de información que supuestamente nos “arruinarán” alguna película, libro o hasta una obra de teatro.
El mismo nombre lo dice. La palabra viene de spoil, que significa “echar a perder” en inglés. Puede usarse tanto para comida (cuando algo se pudrió) como para alguna persona que es demasiado consentida y la “echaron a perder”.
Pero, al parecer, también puede suceder con las obras de ficción.
El miedo a los spoilers viene de la idea de que, dentro de la trama, se te revelará algo tan inesperado o impactante, que el escucharlo fuera de contexto arruinará tu experiencia porque ya no serás sorprendido. De hecho, tu experiencia estará tan arruinada, que ni siquiera valdrá la pena leer el libro o película en cuestión. La típica frase después de escuchar un spoiler: “¿Por qué me dijiste eso? ¡La quería ver!” ¿O sea que ya no quieres o cómo?
Algunos conocidos evitan incluso las redes sociales poco después del estreno de alguna película o episodio de T.V. Esto para evitar algún inoportuno que decida “arruinar” o “espoilear” (como también dicen) la diversión para todos.
Los estudios de cine guardan celosamente los guiones de sus cintas, aunque sean los churros más grandes del mundo. Además, envían las películas a los cines con un nombre clave, para que nadie las robe y revele sus jugosos secretos.
Por mi parte pienso que esto es totalmente ridículo y pretendo explicarles por qué.
Primero, una aclaración: estoy totalmente a favor de las tramas sorpresivas. Es agradable ser noqueado con la guardia baja, descubrir algún acontecimiento impredecible o ser engañado por el escritor. Yo mismo lo intento cuando escribo. Pero hay mucho más para disfrutar en una obra de ficción que las sorpresas, que son tan frágiles y perecederas que sólo sirven una sola vez. Son desechables.
Todavía recuerdo la primera vez que vi The empire strikes back. Cuando Luke Skywalker llegó a Dagobah, buscando a Yoda, se encuentra con una insignificante criatura verde. Mi mamá, que estaba detrás cuando la veía, dijo: “Ese es Yoda”. Mi respuesta fue: “¡No puede ser!” Minutos después, este hecho es revelado. Sin embargo, yo no fui sorprendido porque mi mamá me lo “espoileó” minutos antes.
Creo que esto sucedió cuando yo tenía once o doce años. No sé cómo pude vivir tanto tiempo sin toparme con alguna lonchera, cartel o cereal con la cara de Yoda, pero así fue. Desde entonces, habré visto la cinta decenas de veces. Cada una de ellas con pleno conocimiento de que esa criatura verde era Yoda. ¿Se “arruinó” mi experiencia? Por supuesto que no, todo lo contrario. Cada vez que la veo, me gusta más, le encuentro más facetas. Incluso también he llegado a despreciarla para luego reencontrarme con ella. No se me arruinó nada.
Antes del siglo XX, la gente por lo general no esperaba ser sorprendida en la ficción. Era uno de los aspectos menos importantes de escribir. Durante el periodo romántico, el público esperaba más bien ser moralizado o edificado con la trama. Un final sorpresivo no agregaba mucho al disfrute de la obra.
Antes de eso, incluso buscaban únicamente la perfección de la forma. Era obvio el desenlace de una trama incluso antes de leerla. Es decir: Una tragedia terminará en muerte, una comedia terminará con un embrollo resuelto y sanseacabó.
¿Para qué veían entonces historias cuyo final era conocido?
Por el mismo motivo que releemos libros que nos gustan, escuchamos las mismas canciones una y otra vez y repetimos la misma película cuando queremos reír o llorar: Por el viaje.
La ficción nos lleva por un camino de principio a fin. Es tarea de los artistas hacer ese camino lo más interesante posible. Sólo puedes perder la virginidad una sola vez. Lo mismo va para las sorpresas en cine o televisión: funcionan una vez y ya.
Si una película sólo ofrece sorpresas, es muy mala.
No importa lo que tus amigos te digan sobre una película, nunca te “arruinarán” la música, la fotografía, la edición, los vestuarios, la escenografía y la mayoría de los diálogos. No importa lo que te digan sobre un libro, nunca te arruinarán el lenguaje, el tono, las metáforas, los juegos de palabras. No importa lo que te digan sobre una obra de teatro, nunca te arruinarán las actuaciones, la interacción con el público, la iluminación.
Los spoilers están sobrevalorados. No arruinan más que sorpresas.
Ha llegado a tales extremos esta fobia, que las personas no quieren que se les “arruinen” hechos históricos. Si se estrenará una película sobre algo acontecido a principios de siglo XX, no quieren que les cuenten “el final”.
Pero la “espoilerfobia” no explica por qué hay tantos remakes hoy en día. Y no es un fenómeno nuevo, antes de que se quejen de la falta de originalidad de Hollywood, esto sucede desde hace siglos. La gente ha puesto en escena una y otra vez los mismos mitos, las mismas historias, las mismas fábulas.
¿Cuántas versiones no hay de Romeo y Julieta? ¿Cuántas versiones no hay del Quijote, Ícaro, Don Juan, Frankenstein…? Como niños antes de dormir, nos encanta que nos cuenten el mismo cuento una y otra vez.
Nos encanta, también, ser sorprendidos. Esto no tiene nada de malo. Pero recuerda que tú mismo estás arruinando las sorpresas al ver la película. Y, para eso son: las sorpresas son para conocerse. Si no quieres que la sorpresa pase, mejor no veas nada.