Escribo esto a propósito de la tesis de Peña Nieto. El asunto me impacta particularmente, ya que en mis clases universitarias es algo que enfatizo muchísimo en mis estudiantes al grado de se llamado “obsesivo”. Me molesta demasiado el plagio porque vivimos en un país donde el pensamiento original no se valora, no se premia y se desprecia. No se aprecia el escribir, no se toma importancia a las ideas e intentar apelar a la honestidad y la justicia se ve como ingenuidad.Pero lo peor del caso es que, aparte de las reacciones de indignación, leo muchas otras que justifican o aminoran la situación. Algunos comparan el reportaje de Aristegui con acusarlo de que pintaba mal en el kínder. Estoy seguro de que la persona que hizo ese meme nunca ha hecho una tesis y, si la hizo, también plagió. Pero el mensaje va más allá: Copiar textos de otros no es la gran cosa, es “normal”. Robar para pasar es el status quo.
Hace algunos años, cuando el entonces candidato Peña fue interrogado sobre los libros que le cambiaron la vida, pocos le dieron importancia a su respuesta. Se rieron, pensaron que no era relevante, que era poco importante que alguien que no lee nada en su vida haya “escrito” un libro. Mencioné yo en ese entonces que Peña Nieto sería un excelente presidente para nuestro país: Iletrado, ignorante, tranza. Si la democracia es la representación de las mayorías, el presidente aprendió la parte al dedazo… perdón, al dedillo.
Y sigue la mata dando: Hoy resulta que es un plagiador y, ¡oh, sorpresa! Los mexicanos al grito de guerra exclaman: “¿Y qué tiene?”. Cuando me toca ver un caso de plagio en mi propia aula y empiezo a dar mis furiosos discursos, los estudiantes se me quedan viendo como si fuera de otro planeta: ¿Por qué tanto escándalo si todo mundo lo hace? ¿A quién estoy afectando?
Por algún motivo, la gente ríe de Peña cuando “la riega”, se enoja cuando suben los impuestos y la gasolina pero minimizan cuando sale a relucir su ignorancia. Como si estos tres hechos estuviesen desconectados. EPN es un paquete completo: Ineptitud, corrupción e ignorancia. Una combinación explosiva cuyos efectos son tangibles todos los días, en cada mala decisión.
Pero la ignorancia también es ciega: uno no puede ver lo que no conoce. El presidente se disculpó hace poco por todo el asunto de la casa blanca de su esposa. Pero no se disculpó por la corrupción, solo por la “percepción”. “Se ve mal”, es su preocupación principal.
En la universidad de donde se tituló el presidente no hayan que hacer con la papa caliente que cayó en sus manos y soltaron un comunicado incomunicante para que no digan que no dicen.
También se está acusando a sus sinodales y directores de tesis de no haberlo detectado. Quizá carguen parte de la responsabilidad, pero sin duda se trata de desviar la atención de lo importante, y del verdadero culpable intocable.
Profesores: Uno debe detectar el plagio a tiempo. Cuando presento este argumento en reuniones académicas a veces me dicen que no es para tanto. Pero vean el tremendo desmadre que puede causar una “inocentada” como robar. Vean lo que sucede en otros países donde si se aplica la ley: Los presidentes caen por un plagio en su vida de estudiantes. Esto es muy importante.
A estas alturas, los asesores y achichincles del presidente lo empiezan a tratar como si tuviera retraso mental. Hablan por él, asumen que no puede con el trabajo y le aplican una serie de reglas y justificaciones que no aplican a ningún otro mexicano. Dice el Secretario de Educación Pública que el asunto no es “trascendente o importante”. Claro, respondió evasivamente y dejando en duda de qué lado está. Exactamente la actitud de que está queriendo evaluar a los maestros y acusándolos de flojos y corruptos, ¿cierto?
La presidencia ya dio su comunicado: “Por lo visto errores de estilo como citas sin entrecomillar o falta de referencia a autores que incluyó en la bibliografía son, dos décadas y media después, materia de interés periodístico”. Este eufemismo, el decir “errores de estilo” es el mismo que “error de percepción” sobre la casa blanca. Una manera evasiva de llamarle a un delito.
Porque el plagio es un delito, ¿sabían eso, verdad? Muy bien tipificado por la ley. Pero para la presidencia son “errores de estilo”. Hay que ser desvergonzado para afirmar tal cosa. No sé que haría yo si alguno de mis estudiantes me saliera con semejante tarugada.
Ya escribí hace poco que Peña es el presidente de las apariencias: Compró la portada del Time, compra libros, espectáculos, sesiones de fotos… Para que todo se vea bonito. Es un gastadero enorme y nunca funciona.
Pero volviendo al tema: ¿a quién plagió Peña? Entre varios, a Enrique Krauze, su historiador favorito, el gran defensor de Porfirio Díaz. Krauze fue otro de los mencionados entre los libros que le cambiaron la vida, aunque le adjudicó por error la autoría de un libro de Carlos Fuentes (La silla del águila).
Así como Krauze defiende a Porfirio Díaz, afirmando que la gente olvida que fue “un gran constructor”, estoy seguro de que defenderá a nuestro actual presidente como “un gran reformador”. Un caudillo valiente, nadando a contracorriente para civilizar a un pueblo obstinado a no cambiar. Alguien que no retrocede ante la crítica, un macho de verdad. Y blanquito.
Todo quedará en familia. El tema será olvidado por todos, poco a poco. Será la culpa de los profesores, que no guiaron al inocente de Enrique por el buen camino. Si hay alguna investigación (lo dudo), será exonerado con disculpas firmadas por el pueblo de México. Primero fue “Pierre Menard, autor del Quijote”. Ahora es “Enrique Peña, autor de Enrique Krauze”.
Los mexicanos tranquilos, se trata sólo de un copión más. Uno entre millones. Eso tranquiliza: Peña es como yo. Mientras pensemos así, tenemos exactamente el presidente que nos merecemos.